domingo, 5 de noviembre de 2017

La terminal

Raíles. Me arrastran por un camino ya escrito. Me dejo llevar por un paisaje que avanza pasivo frente a mis ojos. Estaciones que detienen y dan un respiro. Pese a todo, uno sabe a dónde va, que llegará a tiempo, pero que esto se acaba. Era inevitable. Como la conversación irrelevante.

El transbordo. Elegimos un cambio de rumbo. Ir acompañado, exige hacerlo de mutuo acuerdo. Unos decimos X y otros dicen Y. Es trivial. Hoy ambos conducen a la pérdida. Y cuesta llamarlo ganancia, aunque siempre lo haya sido. Y con esas sensaciones se entremezclan la cabezonería, la queja y la resignación. Y otro de tantos te lo dije, aunque ya sea igual.

La fotografía. Como un intento de retener el tiempo. Y detenerlo. Frente a un mundo que no deja de girar, aviones que no detienen su despegue, y minuteros cuyo avance perturba porque hoy importa de verdad, y cada movimiento cuenta.

La terminal. Las filas y el silencio. La búsqueda de miradas entre un millón de gente. El caracol, el mostrador, y la espera inútil, una pérdida de tiempo. Aunque avance, quedan restos. Y los minutos pasan impotentes. Nunca había percibido el tiempo tan desperdiciado lentamente ante mis ojos.

Los apuros. El poder. Las últimas llamadas. Todo impasible. los "y si...". Y las escaleras.

La capilla de las casualidades. Del centro del mundo en un corazón pequeño, que no late pero vive. Reparte aliento. Nos reúne a todos de nuevo una vez más para exhalar un "gracias". Quizás ésta haya sido siempre la clave y la culpa de todo. Bendita culpa, que arrasa así con el querer.

La fotografía otra vez. Y otra. Y otra. Que dice que no quiere separarnos ni olvidarnos. Que al menos hay despedida y habrá reencuentro. Porque permanecen algo más que las cenizas de algo que no ha ardido.

La puerta de embarque. El último abrazo. Otro caracol. Todos sucumbimos en el silencio, en la última bendición, ya con distancia de por medio. Sólo el chascarrillo lo interrumpe. Y el último instante que, de puntillas, suspiramos verte.

La ansiedad disimulada. Por cada minuto tarde, aunque esa no puede ser la queja. Un fin de ciclo explícito que pide arrasar más. La universalidad, la aceptación, las muchas esperanzas, enseñan una lección de vida.